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MASADÁ

La sumisa fe de después

DE CUANDO fui inmortal recuerdo con principal emoción algunos despertares en el Ritz, con esa resaca que todavía no daba mala conciencia y llevaba consigo la épica de otra noche vivida como un héroe. Me dolía todo pero tenía 30 años y otro día expectante en place Vendôme. De cuando fui inmortal recuerdo la curiosidad y ese ímpetu salvaje de los que no hemos venido a empatar. Pero la emoción completa de lo que aquello fue sólo me la ha podido dar la nostalgia.

Algunas de esas mañanas creía despertar en la caldera del mismo diablo, pero cuando el barbero entraba a la habitación con su carrito de paños húmedos y calientes yo ya sabía que había ganado. Me hacía sentar en la butaca, me envolvía la dolorida cabeza con sus toallas, y juntos mi cabeza y yo regresábamos del ocaso. Lentamente procedía a afeitarme con su navaja exacta. Me dejaba una piel que nunca he recuperado. Y aquel placer de entonces, de poderme acariciar la cara sin rugosidades, cuando no era un gordo como ahora, y no me tenía que dejar barba de dos días para disimular la terrible papada.

Había un momento, y era el momento mágico, en que todavía el barbero no había terminado y llegaba el desayuno, con el olor triunfal de las tostadas. La prisa por devorarlas, que tenía que contener hasta finalizado el masaje, certificaba que la tensión había vuelto a mi cuerpo injuriado. Volvía a tener hambre, ese hambre que va más allá del apetito, ese hambre que nos interpela y nos exalta, ese hambre de belleza y de poder que es el gran sentimiento que mueve el mundo.

Luego, para salir a la calle, con unos tejanos y un polo me bastaba. El resto me lo daba Giorgio Armani, que todavía estaba en Vendôme y no había sucumbido aún a la majadera histérica que lleva dentro cualquier sastre. Me arreglaban los pantalones mientras escogía el cachemir. Los tejanos y el polo me los mandaban al hotel y yo tomaba París con ese tacto de cuando Armani era Armani y que nunca nadie ha superado.

El dinero se acabó, las fuerzas casi también se han terminado, y París ha empeorado bastante. Armani ya no está en Vendôme y Pierre Le Moullac se ha retirado. Pero no me arrepiento deningún exceso y tengo el recuerdo para volver. Vivir es forjar ídolos para la sumisa fe de después.

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